sábado, 12 de mayo de 2012

"HABÍA UNA VEZ... UN CIRCO"

Había una vez un país que vivía por encima de sus posibilidades, que sus habitantes pedían créditos a los bancos aún a sabiendas que les iba a ser difícil devolverlos, que los bancos les daban créditos a los habitantes aún a sabiendas que quizás no se lo pudiesen devolver. Todo el mundo era feliz. La industria (sólo había una importante: la construcción) trabaja a pleno rendimiento. Compraban solares pagando grandes sumas sin preocuparse. Tenían los pisos vendidos al precio que fuera. Para eso estaban los bancos, para dar créditos sin importarles el riesgo. Todo estaba bien engranado: construcción – créditos.

En este país todo funcionaba a la perfección. Era el modelo a seguir para los países vecinos. El país crecía cada vez más. Las gentes de los países vecinos del sur, por lo general muy pobres, venían a él para garantizarse una mejor vida. Algunos la perdían por el camino, pero otros lo conseguían. Llegaban al país de la alegría. Llegaban al país donde el listo que construía un par de bloques de pisos se convertía en un nuevo rico. País donde los políticos admitían regalos por acelerar unas licencias de obras. Contratistas que pagaban a esos pseudopolíticos no fuera que la competencia se le adelantara y vendiera más pisos.

La juventud dejaba de estudiar y se pasaba al mundo laboral. Cualquier joven inexperto cobraba un sueldo más que decente por subir ladrillos al quinto piso o llenar el carretillo de masa para el oficial. El oficial cobraba sueldos que ya los quisiera hoy un buen médico de la seguridad social. La industria del automóvil vendía coches y más coches.

El afán por construir llegó a todos los rincones. Había promociones de pisos en lugares que en tiempos normales nunca se hubieran vendido. Pero en este país se vendían. Se construyeron autovías, puertos deportivos, campos de golf, aeropuertos… aunque no hubiera coches, barcos, golfistas o aviones. No importaba. Era el deporte de moda: la construcción.

Un día, alguien, no se sabe quien, comenzó a dar la voz de alarma diciendo que los bancos no tenían dinero, que habían dado tantos créditos que se habían quedado secos de dinero. Y el malicioso vocero, además, añadía que los bancos habían dado muchos créditos que no iban a poder recuperar. Ante esta situación alarmista algunos bancos comenzaron a vender sus créditos “problema” a otros bancos más ingenuos. Algunos se cargaron de créditos imposibles de recuperar y dieron en quiebra. Otros pidieron ayuda al gobierno para no quebrar. Se había dado la vuelta a la tortilla. Los que daban dinero a los ciudadanos ahora pedían ellos dinero para no cerrar.

Y ocurrió que los bancos dejaron de dar crédito a los ciudadanos. Los ciudadanos dejaron de comprar pisos y coches. Los contratistas dejaron de hacer pisos y despidieron a sus obreros. Los obreros, en un principio, no se alarmaron, tenían algunos dinerillos ahorrados e invertidos en pisos. Luego, cuando comprobaron que la cosa duraba más de la cuenta y los ahorros disminuían y los pisos no se vendían, entraron en estado de nervios. La gente sin trabajo miraba más por sus pocos ingresos. No gastaban al tuntún. Como se consumía menos se producía menos. Este descenso de producción fue cerrando más y más fábricas, más y más trabajadores de todos los gremios (ahora llamadas PYMES) fontaneros, cristaleros, carpinteros, transportistas… pasaron a engrosar el paro. Más gente parada, menos consumo, menos producción, más gente al paro. El ciclo se repetía una y otra vez. Las cifras del paro aumentaban cada mes.

Mientras tanto los gobiernos de este país, no importa de qué signo político se preocuparon mucho por intentar resolver este grave problema. Para ello buscaron dineros donde ya casi no había: subieron impuestos a la gente, bajaron sueldos a los funcionarios, hicieron pagar más por las medicinas y gasolina, recortaron de aquí y de allá para conseguir fondos e intentar resolver el problema más gordo: la falta de dinero de los bancos.

Con esto pretendían resolver el ciclo vicioso en el que caía y caía la economía. Si dotaban a los bancos de liquidez, estos volverían a dar créditos a las gentes y las gentes volverían a comprar pisos y otras cosas y los contratistas volverían a hacer promociones y a contratar a obreros, y estos obreros volverían a comprar todo lo que se les antojara y las PYMES y las grandes fábricas volverían a vender. El país volvería a ser el país que fue. El país envidia de sus vecinos.

Y mientras tanto, los amigos europeos que antes nos ponían de modelo a seguir (por lo bueno que éramos), ahora, nos ponen de modelo a seguir (por lo malo que somos)... para estos amigos mejor enemigos. Nos piden que volvamos a la senda de la producción, a la senda del trabajo y nos los piden exigiéndonos que recortemos, que no gastemos, que bajemos sueldos, que... y no hay nadie en este país que les lleve la contraria. Al revés, “hay que hacer caso a los amigos europeos” dicen.

¿Merecerá la pena volver al estado anterior?
¿No será mejor construir (no con ladrillos) una nueva economía?